miércoles, 12 de enero de 2011

95 años de una pasión





La primera cancha que tuvo Juventud, estuvó más o menos cerca del Colegio Nacional. Las actas de reunión consignan el primer intento del estadio propio en abril de 1921 "ya que la Municipalidad piensa crear canchas para el deporte sobre la nueva Avenida San Martín", según se puede rescatar de los periódicos de la época. En 1922 aparece el primer intendente serio, el asilo León XIII, cede una manzana donde se construye el primer estadio.


Estadio de "La Lerma" y San Luis
Las actas de 1923 hacen constar como una gran adquisición una pieza de madera para vestuario. Pero en 1928 se consigue el actual terreno, una especie de desecho, atravesado por una acequia, que da lugar a la construcción del estadio "en las afueras de la ciudad". Conmueven un poco los trámites de comprar y licitaciones y hacen soñar un poco más los precios de la época, hasta la inauguración definitiva del estadio antoniano que, por supuesto, siendo nosotros una institución pontifica recibe el título de "Basílica Mayor", aunque ese nombre fue cambiado por "Honorato Pistoia" en honor del padre director que supo tener la institución.

El 24 de mayo de 1931, celebrando la inauguración de su cancha, cercada con alambre tejido, cubierto de lonas, Juventud Antoniana enfrentó a Estudiantes de La Plata, que alineaba entre sus filas a las grandes estrellas del fútbol argentino del momento. El hecho no amedrentó al humilde equipo provinciano que formó con: Botelli (Arias Alemán); Pacheco y Arancibia; Gervino, Velázquez y Pacheco; Echazú, Botelli, Castellanos, Barraza y Lazarte. Y tán es así, que al finalizar el cotejo, la numerosa concurrencia que bordeaba el campo de juego, se dio con la sorpresa de que los antonianos habían vencido por 2 a 1.

HONORATO PISTOIA GUIA ESPIRITUAL

El estadio lleva el nombre "Fray Honorato Pistoia" y honra la memoria de un caracterizado simpatizante antoniano, sacerdote franciscano residente en Salta, quien había llegado desde Italia, y trabajaba en la grey local, desarrollando su tarea en el convento y en los establecimientos educativos que dependían de la Orden. Honorato solía asistir a la cancha toda vez que el equipo jugaba, y desde la zona de la actual secretaría del club, arengaba a los futbolistas profiriendo fuertes gritos en su media lengua ítalo-castellana. No había gol que no lo encontrase abrazado a sus ocasionales acompañantes, revoleando su gorra o su infaltable campera azul. Su figura aún hoy aparece como eterna vigía de las tardes antonianas. Fue asesor espiritual, confesor, consejero y amigo.

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